Solo tuvo dos años de estudio. Quedó huerfano a
los siete años y a los diez y nueve ya había recorrido los municipios de
Yolombó, Segovia y Puerto Berrío. Un primo que lo quería mucho y que vivía en
Anorí, se lo llevó para que aprendiera a trabajar en su taller de joyería.
Cierto día llegó un hombre rico al negocio y le dijo “ahí le dejo ese reloj
pa´que me lo arregle” –seguro creyó que también arreglabamos relojes, comentó
Rafael. Bajo la mirada anciosa de su primo, empezó a desarmar el aparato…fue
corriendo al patio e improvisó un destornillador con un palito y desarmando
pieza por pieza hasta encontrar el daño y volver dejarlo en una sola pieza… Fue
así como inició su trabajo de relojero y de ahí en adelante se hizo cada vez
más habil en su oficio. A mediados del siglo XX se trasladó a Maceo y se hizo
maceíta por adopción.
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